Cómo saldremos de esta situación es una incógnita. ¿Es que acaso somos una especie tan frágil?
La aparición de un virus nuevo -de un microorganismo ¡sin vida! que necesita parasitar nuestras células para reproducirse y sobrevivir- de pronto nos enfrenta a esa fragilidad absoluta. Pero no estamos solos, ya que poco importan las fronteras geográficas o los grados de desarrollo económico o de madurez del sistema político en el que nos encontremos.
Un virus, capaz de ser visible al ojo humano tan sólo mediante las fotografías de un microscopio electrónico de barrido y transmisión -es decir, tecnología realmente de última generación- es el causante de nuestra conciencia acerca de la vulnerabilidad que nos constituye.
Para hacernos una idea, mil virus alineados equivalen al grosor de un cabello humano. ¿Tan frágiles somos? Sí… O no. Porque cuando se trata de los seres humanos, nuestra historia nos muestra que somos mucho más antifrágiles que lo que creemos. Se trata de un concepto que avanza un paso más allá del de resiliencia.
Parece una utopía -o un exceso de ingenuidad o de cursilería- pero lo cierto es que las personas contamos con la capacidad de adaptarnos a situaciones críticas y de reconstruirnos aún después de enfrentar las peores catástrofes. Esa capacidad es la resiliencia, término que viene del latín y significa saltar hacia atrás, rebotar. En física, se trata de la propiedad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido. De algún modo, aplica a nuestra capacidad muy humana de adaptarnos a un agente perturbador o un estado o situación adversos. De volver a lo que somos más allá del shock inicial. Pero ante este nuevo escenario, ¿es posible pensar en que volveremos a ser los mismos?, ¿en que volveremos al estado de origen? Pareciera poco probable.
En este contexto es que surge el concepto de antifragilidad, la resiliencia nos permite retroceder y volver a empezar como éramos, en tanto que la antifragilidad nos permite mejorar frente a situaciones adversas, potenciar nuestra agilidad emocional para desarrollar nuevas habilidades (reskilling en inglés). Hoy sabemos que la aleatoriedad, la incerteza, la volatilidad, las equivocaciones son una fuente de aprendizaje. Sobrevivimos cuando somos capaces de enfrentarnos a lo desconocido, usar las herramientas con las que contamos e incorporar nuevas para la próxima vez.
Seguramente sería deseable un tiempo de paz, de calma, de certeza. Un apacible aburrimiento en el que las preocupaciones no tengan espacio, pero eso no es real. Lo real es la incertidumbre, un constante devenir desconocido.
Hoy nos debatimos entre la angustia que nos genera la incertidumbre y la presión social que nos llega con ese mandato de aprovechar la oportunidad. Se supone que deberíamos aprovechar la oportunidad de este tiempo de pausa para reinventarnos, generar nuevas metas, armar proyectos, producir resultados. Como si fuera posible despegarse livianamente de las limitaciones que nos impone un mundo hasta ahora desconocido. Como si la vida no fuera, en realidad, movimiento permanente.
Vayamos un paso atrás. Parece difícil pensar en emociones y cómo gestionarlas -concepto tan de moda en los últimos tiempos- cuando no sabemos a ciencia cierta el impacto final que tendrá en la economía de cada hogar esta situación. Sin embargo, la agilidad emocional es la posibilidad de identificar nuestras emociones (el miedo, la tristeza, la rabia… cada una de ellas), verbalizarlas, analizarlas, dimensionarlas, para poder entender cuáles son nuestras posibilidades en función de nuestras propias historias, pensamientos y capacidades.
Agilidad emocional para que la resiliencia nos permita volver, no ya al mundo que conocíamos, si no a identificar quiénes somos, con qué contamos y asumir que, aún con las nuevas restricciones, siempre nos queda un espacio para descubrir nuestra propia antifragilidad.
El mundo es otro hoy que hace tan sólo 90 días. Cuando ya no queden vestigios de nuestro presente, cuando el COVID-19 cuente con su vacuna y la inmunidad colectiva sea una realidad, nuestra vida será otra nuevamente. Una vez que todo esto pase, otra vez será puesta a prueba nuestra capacidad de adaptación, esa necesaria para recomenzar, o mejor, para reconvertirnos de manera constante ante los escenarios que se presenten. No sabemos cómo serán las nuevas formas de trabajo, si esta adaptación obligada al home office, se convertirá en una especie de exaptación laboral.
Recomenzar es un término fácil de decir, pero no todos somos conscientes aún del esfuerzo que nos demandará. Circunstancias ajenas nos obligan a habitar un nuevo mundo. Entonces, recorramos nuestro interior y pensemos en eso que mantuvimos por inercia, por comodidad o por no detenernos a analizar si realmente lo deseábamos y busquemos la manera de modificarlo.
Comencemos de cero, pero con la ventaja de tener a la sabiduría jugando en nuestro equipo. Utilicemos esto para saber qué queremos para nuestras vidas, para reconocer lo que ya no tendremos más, para entender que no hay construcción si no es junto a los demás y, sobre todo, para diseñar ese nuevo mundo que queremos habitar.
Recordemos que, en potencia, la semilla nos anuncia la presencia de un árbol. Será nuestra habilidad colectiva la que sea capaz de plantar, regar y cuidar esa semilla para alimentarnos del fruto futuro que nos ofrezca.
Carina Onorato
Extraída de la nota escrita por la autora y publicada en Infobae.com. Onorato es periodista especializada en comunicación institucional, gestión de equipos y manejo de crisis. Dirige Equipo Bulat, productora de contenidos multiplataforma.