Un espacio generoso para conocerme, de escucha y de aprendizaje, una red para enfrentarse a las propias debilidades sin miedo y con confianza, y una guía para evaluar nuevos desafíos e ir para adelante. Así podría resumir mi propia experiencia con un proceso de mentoring.
Más allá de lo que dicen los libros de carrera y liderazgo, me permitió conocer otras perspectivas y me abrió un campo de acción y mi visión sobre cómo afrontar situaciones difíciles y complejas, en escenarios que no siempre podemos elegir.
Me hizo preguntas que no tenían contestación inmediata, de esas difíciles en las que no hay una única respuesta correcta.
Desde la experiencia absolutamente generosa, con una auténtica empatía y mucho respeto, el proceso me regaló una guía para conocerme y ampliar mis propias posibilidades. Me hizo explorar en las herramientas que ya tenía y me señaló aquellas que necesitaba adquirir.
Desde un “afuera” cercano y amoroso, me mostró mis propias opciones, haciendo salir mi costado más genuino. Me acercó, así, a nuevas perspectivas para explorar y me ayudó a identificar nuevas puertas que se podían abrir.
Me mostró, también, que transitar el camino no siempre es fácil pero que, aunque puede ser sinuoso en algunas ocasiones, aclarar el objetivo lo hace más fértil y acorta algunas distancias.
Y, sobre todo, permite ver algunas señales que de otro modo pueden aparecer tapadas con malezas, pero que si uno tiene en claro lo que busca, puede intuir -quizás sin tener todo claro- qué ruta elegir cuando llega la encrucijada, o qué estrategia es mejor usar cuando se pincha un neumático, y un problema parece teñir el recorrido.
Gracias al mentoring entendí que, a pesar que los inconvenientes pueden ser muchos -y de lo más variados-, podemos reflexionar sobre cada pasito que vamos dando para que ese caminar, ese mover, nos lleve más cerca de lo que deseamos, en las circunstancias que nos tocan.
El mentoring es, también, dejarse guiar, y en ese andar me permitió conocer el “detrás de escena” de las luces del liderazgo, esa parte humana y real que todos tenemos.
Así, me mostró cómo gestionar también algunas sombras, miedos, incertidumbres: qué hacer con ellas y para qué nos sirven; en definitiva, qué puedo aprender de ellas. Me abrió un mundo.
Esa apertura inesperada, que se transformó en una confianza sincera, me enseñó más que cualquier libro.
Me transmitió enseñanzas desde las emociones, me confirmó la vitalidad que adquieren los vínculos honestos y, en definitiva, sembró en mí misma la confianza y la seguridad que necesitaba para abrazar mis propias luces y debilidades y -con y a pesar de ellas- ir hacia adelante, siguiendo las señales que me permitieran transitar el mejor camino para mí.
Sabrina Díaz Virzi
Estudió comunicación social, es periodista y trabaja en el diario Clarín; actualmente, es editora de la sección Entremujeres.