El ego es identificado comúnmente como el amor excesivo por uno mismo.
Cuando se dice que alguien “tiene un gran ego” en general se está haciendo referencia a connotaciones negativas, asociadas a la soberbia o la pedantería. Sin embargo, el ego entraña algunas aristas que es necesario develar para conocer el fenómeno en profundidad.
El ego tiene sus raíces en la autoestima. Las personas que tienen una baja sensación de seguridad y valía personal tienen un ego que quiere inflarse a toda costa y ocultar estas carencias.
Existen indicios que permiten identificar la presencia de egos que traen efectos nocivos para las organizaciones. Estar a la defensiva, compararse con los demás, buscar aceptación del entorno, presumir de un talento superior o vanagloriarse de la propia inteligencia, son señales de un ego desmedido que, a su vez, puede derivar en otros efectos no deseados. La necesidad de rivalizar con los compañeros de trabajo y de “derrotarlos” o considerar que nunca merecemos perder, son apenas algunas de las actitudes nocivas que afectan el clima laboral y las relaciones de trabajo.
Sin embargo, según distintas investigaciones, plasmadas en el libro “Egonomics: ¿qué hace del ego nuestro mayor activo”, se afirma que existen una forma positiva del ego. Lejos de ser ese ego que crece para aplastar a los demás, el ego positivo que destacan muestra una verdadera confianza basada en una fuerte relación con la humildad. En efecto, mientras que siempre se consideró que la humildad y el ego eran opuestos, el verdadero opuesto del ego es la ausencia total de confianza en uno mismo. La falta de confianza les otorga el control de nuestra autoestima a los demás, hace imprescindibles su aprobación y aceptación, y nuestras decisiones y acciones terminan siendo complacientes con la visión de los demás.
El ego no es en sí mismo una mala cosa. La gente exitosa tiene un ego sano. Las personas interesadas por los demás, aunque con una elevada (y justificada) autoestima, pueden ser grandes compañeros de equipo.
Pero no todas las personas con un ego importante se interesan por los demás, y son estos compañeros de trabajo (los que tienen un ego destructivo) los que hacen difícil el éxito de una organización. Un compañero de equipo con un “mal” ego tiene una influencia negativa en la química del equipo, porque limita su productividad y su potencial de mejora. El mal ego destruye oportunidades de crecimiento.
Un “mal ego” es peligroso.
Entonces, ¿cuál es la diferencia entre el ego “malo”, que impide la productividad y la cohesión del equipo, y el ego “bueno”, que contribuye al éxito del grupo? Simplificando, podría decirse que es la diferencia entre la arrogancia destructiva versus la confianza constructiva.
Cuando las personas trabajan en equipo, existen “individuos” invisibles que los acompañan. El ego tiene sus raíces en la autoestima. Las personas que tienen una baja sensación de seguridad y valía personal tienen un ego que quiere inflarse a toda costa y ocultar estas carencias.
Algunas conductas típicas del ego que bloquean el trabajo en equipo son:
– Destacar que nuestra área es la mejor, más identificada y eficiente. Hacer sentir a las personas de otras áreas como mediocres en vez ayudarlas a mejorar.
– No confiar en los miembros del equipo. Acaparar todo el trabajo, porque creemos que “sólo nosotros” sabemos hacer las cosas.
– Hablar mal de otros miembros a sus espaldas, en vez de darles una crítica constructiva personalmente.
– Tratar permanentemente de controlar el poder, tomar las decisiones y proponer las ideas “inteligentes”. En vez de respetar y escuchar con empatía los aportes de los miembros del equipo.
– Tomar un enfoque territorial y no dejar que nadie aporte ideas o sugerencias sobre nuestras áreas.
Todos los equipos de alto rendimiento tienen personas con una elevada autoestima, pero si los miembros del equipo se pelean, tal vez sea porque hay gente que tiene un problema de ego.