La antifragilidad es un término acuñado por Nassim Nicholas Taleb en su libro “Antifrágil. Las cosas que se benefician del desorden”. En una coyuntura tan única y peculiar como la pandemia de coronavirus que sacude hace meses a la humanidad, los liderazgos están expuestos y sometidos a nuevas exigencias, ya sea en empresas privadas, corporaciones, pymes o entidades públicas.
El autor define como antifrágil a los que se benefician de la crisis: prosperar y crecer al verse expuestos a la volatibilidad, el azar, el desorden y los errores. Les encanta la aventura, el riesgo y la incertidumbre; pueden transitar los momentos de turbulencia e incertidumbre con serenidad y convicción. Es decir lo contrario a lo frágil.
Mientras que los liderazgos frágiles mantienen su foco puesto en la exigencia para lograr mejores y crecientes resultados, el liderazgo antifrágil apunta a la excelencia, a los procesos, a su mejora, a la cooperación y la empatía. Se aprende a ser antifrágil haciendo, porque es justamente a partir de la acción cuando se adquiera esa capacidad
Como remarca Taleb, la antifragilidad es más que resiliencia o robustez. Lo resiliente aguanta los choques y sigue igual; lo antifrágil mejora. Esta propiedad se halla detrás de todo lo que ha cambiado con el tiempo, desde la evolución, la cultura y las ideas hasta la innovación tecnológica y la supervivencia empresarial.
Toda circunstancia es una gran ocasión para adaptarse y para crecer debido al aprendizaje durante el “trauma”.
Pero hay dos defectos a combatir: evitar caer en el conformismo del destino o pensar que se puede dominar el azar. Ni una postura ni la otra, sino dominar nuestra capacidad de cambio ágil y adaptativo para que el azar juegue a favor.
La pandemia impone cambios que impactan la empleabilidad de muchas personas y que sólo liderazgos de enorme caudal antifrágil logrará orientarlos y quitarles su fragilidad.
Organizaciones y antifragilidad
Lo mismo ocurre con muchas organizaciones que quedan presas de sus culturas tóxicas, procesos rígidos, liderazgos gastados y con poca capacidad de respuesta. Difícil hacerle frente a las demandas del presentes y mucho menos a los desafíos del futuro.
La otra cara son las empresas que están reaccionaron, generando respuestas superadoras, apoyadas en los talentos internos, más allá de que se hubiera esperado previamente de ellas.
El mundo del trabajo hoy, como pocas veces antes, incluso en todo el siglo anterior, se muestra frágil frente a la enormidad de los cambios tecnológicos, de la inteligencia artificial y de la robotización.
Convertirnos en líderes antifrágiles implica aceptar la volatilidad del entorno, crecer desde la aleatoriedad, trabajar en los errores, caminar con la incertidumbre, gestionar los estresores y ganar el tiempo.